Christus Resurrexit! – Abril 2021

Todos los creyentes, que eran muchos, pensaban y sentían de la misma manera. Ninguno decía que sus cosas fueran solamente suyas, sino que eran de todos.
Hechos 4, 32

Mis hermanas y hermanos en Cristo,

La gracia y la paz de nuestro Señor Jesucristo sea con ustedes en este tiempo santo de Pascua. Sí, la Pascua no es solo un día. El Domingo de Resurrección es el más grande de todos los domingos, y el tiempo de Pascua es el más importante de todos los tiempos litúrgicos. La Pascua es la celebración de la resurrección del Señor de entre los muertos, que culmina con Su Ascensión al Padre y el envío del Espíritu Santo sobre la Iglesia. Hay 50 días de Pascua desde el primer domingo hasta Pentecostés. El tiempo de Pascua se caracteriza, sobre todo, por la alegría de vida glorificada y la victoria sobre la muerte expresada más plenamente en el gran clamor rotundo del cristiano: ¡Aleluya! Toda fe fluye de la fe en la resurrección: “Si Cristo no resucitó, el mensaje que predicamos no vale para nada, ni tampoco vale para nada la fe que ustedes tienen.” (1 Co 15,14).

Pasamos nuestros días durante la Cuaresma acercándonos a Dios. El tiempo de Pascua es siempre una continuación de lo que Dios en unión con nosotros ha comenzado: nuestro deseo constante de acercarnos a Dios, escuchar Su voz y vivir Su Palabra. En la proclamación de las Escrituras escuchamos acerca de la primera comunidad de cristianos que también intentaba discernir la voz de Dios y formar una comunidad de fe. Ellos, como nosotros, se encuentran con el desánimo, el dolor y la tristeza. El suyo no es un grito de decepción; sino un canto alegre de un solo corazón y una sola mente. Durante esta temporada de Pascua y siempre, estamos llamados a vivir como santos. “Los santos”, escribió el Papa Emérito Benedicto XVI, “han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y, viceversa, este encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás” (Deus Caritas Est, 18). ¿Cómo cobra vida para nosotros el don de la Resurrección en nuestro vivir? A través de la Eucaristía reflexionamos sobre lo que esto significa para nosotros en nuestro mundo.

La unidad de los primeros cristianos ejemplificó el corazón de la fe de la Iglesia, que es la presencia real de Cristo en el sacramento de la Eucaristía. En la Eucaristía, Cristo comunica el amor de Dios; un regalo total de sí mismo cuya forma más íntima y fruto es la comunión recíproca. La Sagrada Comunión es la Alianza constituida por Cristo entregándose al Padre y a la Iglesia. Cristo no solo se da a sí mismo en la Eucaristía, sino que también nos recibe a cada uno de nosotros, al ofrecernos a Él. Una alianza no es solo unilateral, es mutua en su amoroso deseo de ser uno con Dios como Dios es uno con nosotros. Por el acto de recibir, nos vemos obligados a dar desinteresadamente. El Papa Francisco dijo: “La Iglesia está llamada a ‘salir’ de la propia comodidad y ser levadura de comunión”. Ser levadura es ser una influencia predominante para modificar o transformar algo para mejor. En la Eucaristía, nos transformamos en levadura de comunión, o un Sacramento de unidad y nos damos cuenta de que somos una familia humana de Dios. Así, participamos en comunión entre nosotros, con nuestros hermanos cristianos y con todos los que buscan un futuro de esperanza. Nos convertimos en una comunidad de discípulos misioneros, llenos de amor al Señor Jesús y entusiasmo por la difusión del Evangelio. La Eucaristía es el vínculo de amor que nos une a Cristo para cumplir su misión de dar a conocer la presencia de Dios entre nosotros, un Dios que sigue sufriendo en nuestras hermanas y hermanos que tienen hambre, sed, están enfermos y presos. La espiritualidad eucarística debe abarcar toda nuestra vida. Como levadura, nuestra transformación a través, con y en Cristo no puede comenzar ni terminar dentro del santuario del edificio físico de la iglesia. En cambio, manifestamos el amor de Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente desde el santuario del edificio de la iglesia hasta el santuario de la tierra de Dios. Desde el amanecer hasta el descanso nocturno, vivimos en la Sagrada Comunión: la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo. La caridad de Dios, su amor fluye de nuestro corazón a los demás. El regalo de la Resurrección es Emmanuel, Dios con nosotros, ayer, hoy y siempre. Que Cristo sea la única posesión que busquemos para llevar a cabo Su misión con un solo corazón y una sola mente.

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