Les doy un mandamiento nuevo -marzo 2022

Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor: ámense unos a otros como yo los he amado” (Juan 13:34).

Mis Hermanas y Hermanos en Cristo:

Piensen en las personas que les han formado en su fe y en cómo les aman como ama Jesús. Los que me vienen a la mente de inmediato son mis padres, abuelos, tías, tíos, amigos, maestros, religiosas, clérigos. Me enseñaron sobre el amor de Dios y vivieron lo que enseñaron para que yo experimentara ejemplos reales de lo que Jesús me pide a mí, a cada uno de nosotros.

Primero, expreso asombro por las pocas palabras que Jesús escogió para comunicar el tierno amor de Dios. A lo largo de nuestra vida, nos esforzamos por comprender la amplitud, la longitud, la altura y la profundidad del amor de Dios, cumplido a través de los siglos, desde la Creación hasta la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús hasta la formación de la Iglesia primitiva. Lo que Jesús nos ofrece en estas pocas palabras es el núcleo de Su ser. Él nos reclama como suyos y nos pide que amemos como Él ama.

El amor de Dios renueva y redime las relaciones rotas. Él nos invita a reconocer nuestros pecados y fallas—sí, Él nos dice que está bien saber quiénes somos—y nos envuelve en Su abrazo amoroso para que seamos transformados por Su generosa misericordia. El Papa Francisco dijo: “Como Padre amoroso, Dios nos ayuda a ver la verdad sobre nosotros mismos, para hacernos crecer hacia la madurez espiritual en Cristo”.

Al igual que aquellos que nos formaron a cada uno de nosotros en nuestra fe, estamos llamados a vivir con justicia para que nuestro vivir refleje quiénes somos como católicos. Jesús dedicó su ministerio público a enseñar a los apóstoles y a sus seguidores cuánto somos amados. Él nos invita en este mandamiento a llevar adelante ese amor; ser su abrazo para todo el pueblo.

Antes de que comenzara su ministerio público, sus padres, María y José, alimentaron a Jesús física, mental y espiritualmente. Jesús fue nutrido en los caminos de Dios tanto como fue humanamente posible para que Jesús creciera diariamente “en sabiduría y en años y en el favor divino y humano” (Lc 2:52).

Jesús nos ayuda a entender la ternura mientras acompaña a los desamparados y olvidados. Cuando Jesús vivió en la tierra, (el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14), había dificultades en todo el mundo como las hay hoy. Abrazaba a los que tenía delante, a los que encontraba en el camino que recorrió.

¿A quién necesitamos abrazar hoy con el tierno amor de Dios? En este abrazo, ¿cómo estamos enseñando acerca de Dios? Las religiosas, que acabamos de celebrar el 2 de febrero, Día Mundial de la Vida Consagrada, nos enseñaron y nos enseñan a abrazar con el tierno amor de Dios. Establecieron nuestras comunidades por causa del Señor y al encontrarse con personas en sus comunidades, ya fueran inmigrantes o esclavos o niños en las aulas o parejas a punto de casarse o familias en crecimiento o enfermos y moribundos, las hermanas religiosas no cuestionaron la necesidad. Ellas, como nuestra Santísima Madre, señalan a Cristo y nos conducen a Él.

Su abrazo a cada uno con el tierno amor de Dios es acogedor y dignifica a cada persona por, con y en Dios. Su herencia es una con Dios. Su único legado es ser un instrumento de Dios. No niegan nuestras debilidades; más bien, caminan con nosotros hacia Dios. Les pido que oren conmigo en agradecimiento por cada hermana religiosa que ha servido o sirve en la Diócesis de Orlando y por aquellas de quienes han aprendido en su diócesis de origen.

El Papa Francisco dijo: “La ternura es la mejor manera de tocar la fragilidad dentro de nosotros”. Nos encontramos con esta fragilidad cuando nos acercamos al altar para recibir a Jesús en la Eucaristía. Jesús se da a sí mismo para que podamos dárnoslo unos a otros. Él nos acoge, nos abraza, nos sostiene y nos perdona y nos pide, a nuestra manera pequeña, que hagamos lo mismo unos con otros. Entonces, la tierra se convertirá en un Reino celestial.

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