Lo dejaron todo -febrero 2022

Cuando trajeron sus barcas a la orilla, lo dejaron todo y lo siguieron”
(
Lucas 5:11). 

Mis Hermanas y Hermanos en Cristo:

Testigos poderosos de la Palabra de Dios se dan a conocer a lo largo de la historia de la salvación a medida que Su pueblo responde con su fiat a Su llamado. Abraham, Isaac, Jacob, David, Ana, los profetas, respondieron con la mayor fidelidad posible a los pedidos de Dios de dar a conocer su Palabra a todo su pueblo. Más recientemente, recordamos a nuestra Santísima Madre y José, en sus formas únicas, respondiendo fervientemente, “sí”, a la petición de Dios de traer a Emmanuel, la Palabra hecha carne entre nosotros.

En la Escritura de Lucas, reconocemos nuevamente que el llamado a seguir a Jesús es único para cada persona. Como María y José o los pastores al nacimiento de Jesús, los discípulos responden con inmediatez. . . dejando sus redes, a su padre, y aceptando ciegamente el don desconocido que Jesús les ofrecía. Siguieron con confianza y total seguridad, sin dudar o evaluar el futuro. Su auto-ofrecimiento era su mismo ser. Renunciaron a todo lo terrenal para recibir el cielo, para recibir a Dios.

La invitación de Jesús a cada uno de nosotros es participar en la fiesta de bodas. Jesús nos invita a ser Su cuerpo porque Él es el Esposo. La Iglesia – nosotros – somos Su Novia. Es en este matrimonio celestial entre Jesús y la Iglesia que participamos a través de la Liturgia Eucarística aquí en la tierra como un anticipo de la comunión que esperamos tener con nuestro Divino Esposo por toda la eternidad.

Al igual que Pedro en el Evangelio de San Lucas o Pablo que habla a los corintios, profesamos nuestra indignidad y nuestra confianza en el Señor que Él nos sanará mientras rezamos la oración del centurión romano: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero sólo una palabra tuya bastará para sanarme”. Confiamos en que Jesús nos sanará al convertirse en el huésped más íntimo de nuestra alma en la Eucaristía.

El Papa Francisco dijo: “Nuestra relación con Dios nos moldea, nos acompaña y nos envía como personas y, en definitiva, nos ayuda a ‘salir de nuestra tierra’, aunque en muchos casos con cierta inquietud e incluso temor ante lo desconocido. Sin embargo, nuestra fe cristiana nos hace darnos cuenta de que no estamos solos, porque Dios habita en nosotros, con nosotros y entre nosotros: en nuestras familias, nuestros barrios, nuestros lugares de trabajo y escuelas, en las ciudades donde vivimos”. Es importante, señala el Papa Francisco, que “mantengamos nuestros ojos en Jesús”.

En la Bendición Nupcial de la Orden de Celebrar el Matrimonio, oramos para que “como esposo y esposa, unidos en cuerpo y corazón, puedan cumplir su llamado en el mundo: Oh Dios, que, para revelar el gran designio que formaste en tu amor, quisiste que el amor recíproco de los esposos prefigurara la alianza que por gracia hiciste con tu pueblo, para que, por el cumplimiento de la señal sacramental, el matrimonio místico de Cristo con su Iglesia se manifieste en la unión del marido y la mujer entre tus fieles”.

Nuestro fiat de amar a Dios es un fiat de amarnos los unos a los otros como Jesús nos ama. Unimos este Pacto Sacramental en nuestro Bautismo y nutrimos el Pacto a medida que recibimos alimento espiritual a través de la Eucaristía. Mientras Cristo mora en nosotros, individualmente y como comunidad de fe, construimos una casa del Padre, donde hay lugar para todos. El Papa Francisco dijo: “…nuestro amor humano es débil, necesitamos la fuerza del amor fiel de Jesús”.

Que resuene nuestro fiat para cumplir la misión que Jesús nos encomendó, perseverando en la oración y en la fracción del pan. Que dejemos todo para participar en la Fiesta de Bodas.

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