La Eucaristía: Dios entre nosotros

Detrás y delante me rodeas y apoyas tu mano sobre mí. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí, demasiado elevado para que yo lo alcance. ¿A dónde iré para estar lejos de tu espíritu? De tu presencia, ¿A dónde podré huir? Si subo a los cielos, allí estás tú; si me acuesto en el Abismo, allí estás tú. Si tomo las alas del alba y habito más allá del mar, incluso allí tu mano me guía, tu diestra me sostiene. (Salmo 139:5-10)

Mis Hermanas y Hermanos en Cristo:

Mientras comenzamos nuestro viaje hacia un Avivamiento Eucarístico, escribo con gran esperanza y alegría en Dios de que Su Presencia siempre será nuestra guía. Les ofrezco mi reflexión en oración sobre cómo podemos comenzar nuestro viaje juntos y considerar nuestra relación con Dios como el momento decisivo de nuestra fe. Les pido que oren y disciernan dónde podemos juntos volver a comprometer nuestro deseo de recibir a Jesús en la Eucaristía para que estemos llenos de la Presencia de Dios y nos convirtamos en Cristo los unos para los otros. Es mi oración ferviente que, en nuestro viaje, amemos a Jesús en el otro.

Invitación de Jesús

Jesús vio a un hombre llamado Mateo sentado en el puesto de aduana. Él le dijo: “Sígueme”. Y él se levantó y lo siguió (Mateo 9:9).

¿Cuántos de nosotros deseamos seguir a Jesús? Para aquellos de ustedes que he conocido, desde los más jóvenes hasta los mayores, creo que su respuesta sería un rotundo “¡Sí, quiero!”. Cuando nacemos, Jesús ya nos conoce a cada uno de nosotros, nos ama y nos llama a seguirlo. Desde el momento en que somos bautizados, comenzamos a seguir a Jesús. Algunos de ustedes consintieron como adultos ser bautizados y algunos de ustedes fueron presentados por sus padres y padrinos para seguir a Jesús y como su familia y amigos les enseñaron acerca de Jesús, también continúan siguiéndolo.

¡Este llamado es una invitación llena de amor de Jesús para ti! Nos invita a cada uno de nosotros a dar nuestra vida por completo, sin medida ni interés personal, sin pensar “¿qué hay para mí?”. Recuerda que Jesús fue criticado porque llamó a los pecadores, personas como tú y como yo. Aceptaron Su invitación porque reconocieron que Jesús es el Camino a la Perfección. A través del Sacramento del Bautismo, hacemos Alianza con Jesús para amarlo sobre todas las cosas y servirlo en nuestros hermanos y hermanas.

Encuentro con Jesús

Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: “Este es mi cuerpo, que será entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía. Y asimismo la copa después de haber comido, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por ustedes será derramada (Lucas 22:19,20).

¿Quién es la Eucaristía? ¡La Eucaristía es Jesús! Tal como Juan le dijo a Pedro después de la Resurrección: “¡Es el Señor!” (Juan 21:7). Jesús habla a los apóstoles, a sus discípulos y a nosotros con gran amor y sabe que necesitamos nutrirnos para seguirlo. Él conoce las dificultades que enfrentaremos. Con la Eucaristía, Él se da a nosotros para que podamos recibirlo y continuar nuestro camino con Él cada día. San Justino Mártir escribió: “Se nos ha enseñado que el alimento que se ha convertido en la Eucaristía por la oración de su palabra (la del sacerdote), y que nutre nuestra carne y sangre por asimilación, es tanto la carne como la sangre de ese Jesús que se hizo carne” (San Justino Mártir (c.155 d. C.), Primera Apología, 66).

¿Cómo podemos rechazar a Jesús? ¿Qué o quién nos impide recibir el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús, nuestro Señor y Salvador? La Eucaristía es nuestra participación en la Vida Divina a través de Cristo en el poder del Espíritu Santo. “La Eucaristía es el signo eficaz y la causa sublime de esa comunión en la vida divina y de esa unidad del Pueblo de Dios por la que se mantiene la Iglesia. Es la culminación tanto de la acción de Dios que santifica al mundo en Cristo como de la adoración que los hombres ofrecen a Cristo y por él al Padre en el Espíritu Santo” (CCC 1325). Este es un gran misterio de nuestra fe, sólo podemos conocerlo por la enseñanza de Cristo que nos ha sido dada en las Escrituras y en la Tradición de la Iglesia.

San Francisco de Asís dijo: “De esta manera, el Señor está siempre con sus fieles, como dice: “He aquí, yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20).

Siguiendo a Jesús

Si amamos a Jesús, ¿no querríamos hacer lo que Él pide? Jesús siempre nos llama a un nuevo mandamiento. Él dijo: “Ámense unos a otros como yo los he amado” (cf. Juan 13,34).

Somos parte de la historia de Dios. Nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, nos anima a “escribir historias de redención en las páginas de nuestro tiempo”. Al recibir a Cristo en la Eucaristía, continuamos la historia de la salvación porque Jesucristo es ayer, hoy y siempre. “Desde Pentecostés, cuando la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, emprendió su peregrinaje hacia su patria celestial, el Divino Sacramento ha seguido marcando el transcurso de sus días, llenándolos de confiada esperanza” (Ecclesia de Eucharistia 1).

Así como nuestros cuerpos físicos son nutridos por la comida cosechada de la tierra para tener fuerza y energía, así también el Pan del Cielo nos nutre para traer el cielo a la tierra. En nuestra realidad espiritual, el alimento juega un papel primordial en la historia de la salvación, desde el fruto prohibido en el huerto que engendra pecado y muerte hasta el alimento del cuerpo de Cristo en la cruz que engendra vida eterna.

San Pablo nos dice: “Porque yo recibí del Señor lo que también les he transmitido, que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de haber dado gracias, lo partió y dijo: “Este es mi cuerpo que es para ustedes. Hagan esto en memoria mía”. De la misma manera también la copa, después de la cena, diciendo: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre. Todas las veces que la beban hagan esto en memoria mía” (1 Corintios 11:23-25).

Ser Eucaristía con Jesús

Porque de tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna (Juan 3:16).

No es la Eucaristía la que se transforma en nosotros, sino nosotros los que somos transformados por Él.

Al recibir a Jesús, nos vemos obligados a salir envueltos en su amor para llevarnos unos a otros su amor, la Eucaristía. Nos convertimos en Su morada. “Cuando, en la Visitación, María llevó en su seno al Verbo hecho carne, se convirtió de alguna manera en un “tabernáculo” –el primer “tabernáculo” de la historia– en el que el Hijo de Dios, aún invisible a nuestra mirada humana, se permitió así mismo ser adorado por Isabel, irradiando su luz a través de los ojos y la voz de María. ¿Y no es la mirada asombrada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al acunarlo en sus brazos ese modelo de amor sin igual que debe inspirarnos cada vez que recibimos la comunión eucarística” (Ecclesia de Eucharistia 55)?

San Ireneo escribió: “Nuestra forma de pensar está en sintonía con la Eucaristía y la Eucaristía, a su vez, confirma nuestra forma de pensar”. ¿Cómo podría transfigurarse nuestra comunidad si nos ofrecemos el amor de Dios unos a otros libremente sin esperar nada a cambio? Cuando recibimos a Jesús, aceptamos su mandato. El amor que damos está unido a Jesús. Lo presentamos unos a otros. Estamos llamados a salir de nuestra zona de confort y ser Eucaristía: a llevar a Jesús entre nosotros y con nuestros hermanos y hermanas dondequiera que los encontremos.

El Papa Francisco dijo: “En la práctica, ¿qué significa vivir este amor? Antes de darnos este mandamiento, Jesús les había lavado los pies a los discípulos; luego, después de darlo, se entregó a sí mismo al madero de la cruz. Amar significa esto: servir y dar la vida. Servir . . . compartir los carismas y dones que Dios nos ha dado. Específicamente, debemos preguntarnos, “¿Qué hago por los demás?”.

Vivir como amor

Y sucedió que, estando con ellos en la mesa, tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Con eso sus ojos se abrieron y lo reconocieron, pero él desapareció de su vista (Lucas 24:30,31).

Después de la Resurrección, dos discípulos iban por el camino de Emaús y en el camino se encontraron con Jesús; sin embargo, no pudieron reconocerlo. Sólo cuando se presentó a ellos como la Eucaristía, lo reconocieron.

Creo que todavía somos como esos discípulos. Jesús está dentro de cada uno de nosotros y sin embargo no lo vemos presente. Recuerden que Jesús nos habla de reconocerlo a Él, ya que estamos llamados a servirnos los unos a los otros. La gente preguntó: “¿Cuándo te vimos forastero y te recibimos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te visitamos?” Jesús le respondió: “Te digo que todo lo que hiciste por uno de estos hermanos míos más pequeños, me lo hiciste a mí” (cf. Mateo 25:38-40).

El Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM escribe en una de sus homilías: “Debemos hacer de nuestra vida un don de amor al Padre por el bien de nuestros hermanos y hermanas. Debemos hacernos Eucaristía”.

¿Seguirás a Jesús? ¿Responderás a Su mandato de recibirlo? Alimentados por Jesús Eucaristía, ¿serán como Cristo los unos con los otros?

Que nuestra Patrona, María, Madre de Dios, que con su fiat participa de la redención obrada por su Hijo dado a nosotros como Pan de Vida por medio de la Eucaristía, nos lleve a servirle de morada. Oremos para que transfiguremos nuestro mundo en una Eucaristía.

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